Cómo (no) escribir una novela

Hace justo un mes publiqué mi última novela. «La gran sonrisa» cuenta la historia de Tef y Maya. Por supuesto, entre ellas dos surgirá el amor, pero también el recelo, la desconfianza y los fantasmas del pasado.

Si has leído alguna cosa mía, probablemente sabrás que no escribo novelas sencillas. ¡Me encantaría! Sin embargo, la mente me bulle y me surgen las historias, los personajes, las tramas y me resulta muy difícil no darles salida (y a la vez muy difícil darles salida de manera coherente, sin marear a la lectora). Es mi principal reto como escritora: a veces un defecto, otras, una virtud.

Me gustaría hablarte de mi proceso creativo porque me ha costado parir esta novela.

Las dos protagonistas son tan especiales que tuve que construir una ciudad para ellas. Así que, primer escoyo: el worldbuilding.

Construyendo Wickby

No sólo he ideado una ciudad. He ideado un país entero (¡con su propia moneda!) lo cual ha supuesto todo un reto para mí. Un país al que por cierto aun no he puesto nombre.

Wickby, una de las ciudades de este país, es aparentemente un paraíso (con sus playas con olas, su arrecife de coral, su acantilado, su bulevar, sus restaurantes y chiringuitos…), pero la llegada de Tef hará agrietarse la postal idílica de “la gran sonrisa”.

Tenía la idea en la cabeza y algunas imágenes guardadas para ir construyendo la ciudad sin agobiar con datos innecesarios (infodumping se llama). La idea era ir describiendo (y descubriendo) Wikcby conforme se desarrolla el argumento y los personajes. Eso sí, lo de que no hubiera ni café ni lesbianas era primordial mostrarlo bien al principio porque sobre eso se cimenta gran parte de la relación de Tef y Maya.

Durante el worldbuilding pensé en Hawaii, pero metido en un golfo, en lugar de un archipiélago. En los archipiélagos la población vive dispersa. Me interesaba que, en esta ocasión, hubiera densidad de población, que vivieran juntos, que se conocieran como si fuera un gran pueblo.

En los pueblos hay personajes de todo tipo y los toleramos en mayor o menor medida. Hay tontos, locos y raros, pero son nuestros tontos, nuestros locos y nuestros raros.

Personajes que acaparan la atención

Se me fueron de madre los personajes. Aparecían sin más, se apoderaban del protagonismo, metían sus narices en el argumento… Joan con su personalidad amoldada tras la sombra de su prima; el capitán Hateras y sus historias con los tiburones; la deliciosa comida de Rita y Anne en el no menos delicioso «Nube de Verano», el restaurante de moda; la gruñona de la doctora Montana Clerc con su particular modo de ordenar los informes médicos del hospital de Wickby; la no menos odiosa señora Guadalupe; Pasqal, Dan, los agentes Dubois y Hernández…

Y por supuesto, Tef y Maya que rebotan como pelotas de pinball entre ellas y entre los personajes de Wickby, con sus pasitos hacia adelante y hacia atrás, superando sus miedos y su pasado.

Había creado tal universo con Wickby (esta ciudad ficticia donde se ambienta “La gran sonrisa”), que me dejé llevar por él y sus habitantes. Tanto que la novela se había atascado en ese placentero dolce far niente en el que no pasaba nada. Y aunque me venía muy bien para el espíritu dela novela, al fin y al cabo, esto es una novela contemporánea, no un experimento literario de la nueva ola.

Además, quería llegar al asunto, al clímax, lo tenía claro, pero los personajes no hacían más que meterse por en medio, robándose el protagonismo.

Casi me parecía oírles.

—Me parece una pasada que haya cazado un tiburón, capitán Hateras, pero, por favor, ciñámonos al guión.

—Querida A. M., podrías meterlo en el libro. ¡Oh, ya sé! Podrías escribir que a Tef le ataca un tiburón mientras surfea y yo la salvo.

—¡No me metas más ideas en la cabeza! Además, puedes aparecer todo lo que quieras, que en la revisión pienso cortar todas tus pares.

—¡Ni se te ocurra! ¡¡Me necesitas!! Aun no lo sabes, pero me necesitas.

Como les conté a mis suscriptoras en su día, en esta novela hubo un momento en el que pensé: ¿A qué viene tanto personaje? Te lo juro, salían como setas. Esto me frenó un poco y la novela entró en barrena. Tenía miedo de que, si seguía escribiendo (y por lo tanto, seguían apareciendo personajes) la novela acabara siendo un follón sin sentido.

Me obligué a escribir y entonces… sucedió la magia.

Todo acabó encajando por sí solo. Por supuesto, tenía la idea de la novela de principio a fin, pero esta fue creciendo y adaptándose a lo que Wickby y sus habitantes pedían.

(Ya sé que ahora mismo estás pensando que soy una hierbas que me he fumado algo).

¿Cómo lo pude hacer? ¿Qué tenía yo en mi cabeza para que al final todo hiciera clic y encajara? Tardé en darme cuenta. De hecho, lo descubrí días después de haber terminado la novela.

De pequeña leía mucho. Ya fueran los libros del cole, los de la biblioteca o los que me regalaban. Nunca me he considerado una lectora voraz, pero creo que he leído bastante, y cosas muy diversas (novelas, tebeos heredados, fascículos coleccionables, revistas, enciclopedias…). También he visto mucha tele y muchas películas (buenas, malas y peores).

Entre las lecturas y las películas hay un género que siempre he disfrutado mucho: el que yo llamo la casa de locos. Novelas juveniles como «La Recaraba», tiras como «La 13 Rue del Percebe», películas como “Despertando a Ned” o “Las muñecas rusas” eran el tipo de contenido que me marcaba. Historias con muchos personajes con personalidades y pasados muy diferentes uniéndose por un objetivo (loable o no. En “Despertanto a Ned”, por ejemplo, a Ned le toca la lotería y al enterarse le da un infarto y muere. Sus vecinos fingen ante Hacienda que sigue vivo para cobrar su premio).

Conecto bastante con esa idea de que somos un todo conectado y vamos alimentándonos de otras personas, de otras experiencias. Nos guste o no.

Hay un poema muy famoso que también me llamó la atención en su día (y fue directo a mi hipocampo):

Ninguna persona es una isla;

la muerte de cualquiera me afecta,

porque me encuentro unido a toda la humanidad;

por eso, nunca preguntes

por quién doblan las campanas;

doblan por ti.

Pues eso le pasará a Tef y al resto de habitantes de Wickby: no preguntarán por quién doblan las campanas, porque doblan por ellos.

Y, efectivamente, acabé necesitando al capitán Hateras.

Volviendo al argumento

Total, que el primer borrador fueron 70.000 palabras que había que reducir sí o sí. Había alargado en exceso la llegada del clímax y temía perder lectoras por el camino.

Para corregirlo, ajusté la novela para encajarla en los llamados 15 beats y metí tijera. La idea de los 15 beats sirve para avanzar de punto de acción a punto de acción, y mantener así el ritmo de la novela. Esto hay que hacerlo idealmente al principio, pero ni aun con esas puedo escapar de enredarme yo sola con mi imaginación.

Resultado: Un 10% de las palabras se quedaron fuera. A veces escenas enteras. Al principio, me daba un poco de reparo, pero, una vez me puse, detectaba mejor lo que sobraba y me pulía párrafos sin piedad.

Quedé bastante satisfecha, pero al final es la lectora quien decide. Así que ahora es tu turno. ¿👍 o 👎 ?

Mi próximo gran reto: no enredarme tanto para escribir una novela 😅

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