Capítulo 30: ¿Y si fuera ella?

Raúl lanza varios papeles al aire y nos caen encima lentamente. Son los apuntes de nuestro último examen.

-¡Dios, pensé que no llegaría nunca este día! -grita al aire.
Yo no estoy tan liberada. Sí, hemos acabado los exámenes, pero a mi me espera un verano muy aburrido. Sólo unas tristes prácticas en una emisora de radio de onda corta en pleno agosto.
-Vente con nosotros a la playa!
-No tengo pasta. Y ganas tampoco.
-Vale, abuela. Estás de un coñazo últimamente… Molabas más cuando eras una folladora.
Le miraría con odio pero no tengo ganas de discutir. Encojo los hombros y camino hacia el metro arrastrando los pies.
-Oye, esta noche nos vamos de fiesta, ¿no? -me dice ilusionado. -Para celebrarlo.
Resoplo.
-Va, tía, desconecta un poco. Te has dejado los cuernos este mes estudiando, has sido como una monja de clausura y apenas te has relacionado con la gente. Te toca disfrutar.
-¿Disfrutar el qué? ¿Otra noche donde la única diversión es beber alcohol en un bar con la música a tope y con el único objetivo de acabar en la cama de alguien?
-Sí. Eso es lo que viene siendo un viernes noche.
-Pues no me apetece. Me he cansado de ese rollo. Además, mi madre se pone mosca cada vez que salgo por ahí.
-Se ponía mosca. Y con razón, porque los findes no te veían el pelo. Va, ya hablo yo con tu madre -me dice golpeándome suavemente en el brazo.
Sé que si meto a Raúl en mi casa se camelará a mi madre y le convencerá de cualquier cosa, pero sigo sin tener ganas de discutir.
-Lo que quieras.
Todo es un calco de la primera noche que salí a un bar de lesbianas. Viene Raúl a mi casa y mi madre le tiende una alfombra roja.
-Y dime, ¿vas a ir de vacaciones a algún lado? -le pregunta mi madre cuando estamos los cuatro en el salón.
-Sí, voy a ir con mi novio a la playa. Todavía no sabemos dónde, pero…
-Ah, pero, ¿es que eres maricón? -suelta mi padre.
El ambiente relajado se corta en seco y la tensión invade la estancia. Raúl me mira esperando que le eche un capote, pero no sé qué decir. Mi madre mueve nerviosamente las manos y se muerde el labio de abajo. Cuando el silencio se hace insoportable, mi padre empieza a reírse.
-Que ya lo sabía, joder. Me estaba quedando con vosotros -dice entre lágrimas.
-¡Manolo, me vas a matar de un disgusto!
Raúl insiste en hacerme una trenza, como la primera vez.
-Nada de trenzas esta noche, gracias.
Vamos a los garitos de siempre, donde vemos a la misma gente de siempre y escuchamos la misma música de siempre. Raúl y Sergio bailan desenfrenados. Están disfrutando y yo no soy más que una muermo que les está arruinando la noche.
-Raúl, voy al baño -le digo por encima de la música.
Él levanta el pulgar y yo me abro paso entre la gente hacia el baño.
Por el camino, veo a Carolina que se está camelando a una novata. Saluda con la cabeza pero no sonríe. Las dos sabemos que esa no es la chica de su vida.
Algunas de las chicas de la fila para el baño me gruñen.
-Sólo vengo a mear. Lo juro -tengo que justificarme.
Hago malabarismos sobre la taza para no tocarla con el culo pero que el pis caiga dentro, al tiempo que trato de que no se me caiga el bolso y de que mis pantalones no toquen el suelo asqueroso del local.
-Hey -oigo que alguien me llama. Unos golpes en la pared me advierten de que es la chica del habitáculo de al lado.
-Dime.
-¿Tienes papel?
La chica parece apurada y le paso un paquete de klínex por el hueco de debajo.
-Gracias. Sólo necesitaré uno.
Cuando va a devolverme el paquete, nuestros dedos se tocan y nos damos un chispazo fruto de la electricidad estática.
-¡Magia! -dice entre risas.
Yo también me río. Será triste pero es lo más divertido que me ha pasado en toda la noche. Entonces caigo en la frase de Carolina: una chica que te reviente el corazón, te quite el aire de los pulmones y te de un chispazo cada vez que te toque. Yo tenía a esa chica que me reventaba el corazón y me quitaba el aire de los pulmones cada vez que la veía por las mañanas en el metro. Y recuerdo el chispazo. No fue un chispazo físico, pero cuando su meñique rozó mi pierna aquella mañana demasiado lejana estuve a punto de morir electrocutada.
Oigo que la chica sale del baño y siento que tengo que salir a por ella. ¿Y si fuera ella? Me digo como si fuera una Alejandro Sanz del ambiente. O Malú.
Salgo rauda del baño y la veo. Veo su espalda, su melena morena y lisa y su cuerpo fibroso que cruza el local haciéndose paso entre la gente de manera educada pero eficaz. Voy tras ella, doy codazos para avanzar, pero se aleja, la pierdo. Trato de ir un poco más rápido empujando a los que se interponen entre ella y yo. A veces, salgo rebotada porque alguien se enfada y me empuja de malas maneras.
Veo que la chica del metro (¿es ella?) se dirige hacia la puerta para salir a la calle.
Tras un último empujón, paso la parte más concurrida del local y casi caigo al suelo por el ímpetu.
-¡Nico!
Alguien me llama, conozco su voz, pero mi cabeza no puede procesarla todavía.
-Nico, eres tú. Tenía muchas ganas de volver a verte.
Me giro hacia la voz y la veo, tan guapa, segura de sí misma e inoportuna como siempre.
-Mamen… -acierto a decir.
Mamen me abraza como si no hubiera pasado una relación, ni una ruptura, ni un puñado de pasiones y miedos soterrados bajo la arena del tiempo. Nos quedamos abrazadas un buen rato. Ella respira en mi cuello y yo sigo atónita.
-He vuelto para quedarme, ¿sabes? -me susurra al oído. -Quiero volver, Nico. Quiero volver contigo. Te he echado tanto de menos

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