El lector impaciente

Ais (*suspiro), el olor del papel, el tacto suave de las solapas, el lomo del libro encajando perfectamente con tu mano, acunándolo, paseándolo.
Recuerdo haber leído mucho cuando viví en Móstoles. Cogía el tren para ir a la UCM y por el camino me acompañaron un montón de libros. Recuerdo también que por aquella época descubrí la espuma Pantene y, durante un tiempo, cuando me venía el olor dulzón con reminiscencias de frutas del bosque de la popular marca, me venía a la mente la escena en la que Ignatius J. Reilly («La conjura de los necios») se hacía una paja.

 

Afortunadamente, la espuma Pantene de ahora ya no huele de manera tan característica como antaño y ese pasaje del libro de John K. Toole ha quedado archivado en mi memoria.
También recuerdo los paseos por la cuesta de Moyano, buscando joyas a precio de ganga, desgastadas, con las páginas ajadas, con inesperados regalos entre las páginas (notas, listas de la compra, recibos… ¡hasta fotografías!).
Recuerdo que se hacía imposible abrir el libro en el tren durante las horas punta y la ansiedad por llegar a casa o a la universidad y tener un rato para sacar la novela y continuar con la historia.
Por ejemplo, en «Nico, por favor», la chica del metro salía de casa con «El señor de los anillos» para leerlo durante el trayecto. La ansiedad por continuar la historia le tiraba más que el peso del libro en la mochila.
Creo sinceramente que estamos perdiendo la paciencia. Los trenes son cada vez más rápidos, apenas aprecias el paisaje, y, cuando te pones a leer un poco, ya has llegado a tu destino. Estamos perdiendo hasta los bancos en las plazas para sentarse y leer tranquilamente. Todo es inmediato, todo es para ya, todo es ahora o nunca. No creo que sea ni bueno ni malo. Simplemente, nuestra vida se adaptará a ello.
Tenemos miles de libros a nuestro alcance (una cuenta Amazon, la app de Kindle en el móvil -para Apple o Android– y a leer). Los escritores y escritoras tenemos que ser conscientes de que, al bajar el precio (¿el valor?) de un libro, al lector/a ya no le hace tanto duelo desecharlo a las primeras de cambio si el comienzo no le convence. O si no tiene tiempo, porque como escritores/as, competimos con infinidad de distracciones (whatsapps, televisión, redes sociales…).
Es por eso que la manera de escribir también cambiará progresivamente. Los inicios de una historia serán más impacientes, el estilo más vivo y rápido. ¡No podemos obligar a leer al lector/a una frase que ocupa un párrafo si en su día a día no pasa de los 140 caracteres! ¿Es eso malo? ¿Vamos a perder las subordinadas, los adverbios o las figuras retóricas? Es probable. (Un minuto de silencio, por favor). Pero surgirán por esa necesidad otras maneras de narrar. Ni mejor, ni peor. Sólo mejor adaptadas al lector/a actual. Es el darwinismo de las letras.
La literatura no es universal, es generacional.
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