Fanfic #Barcedes: Último capítulo

¿De qué va?

Historia basada en la telenovela «Perdona nuestros pecados», ambientada en el Chile de finales de los 50. Mercedes y Bárbara han confesado su amor por la otra, pero Sofía Quiroga las ha visto en una situación comprometida y las ha amenazado con contar a todo Villa Ruiseñor su relación.[/s
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El sol caía en Santiago y la salita del modesto hogar de Sofía Quiroga se iba ensombreciendo. La mujer se levantó y encendió una lamparita de pie que bañó la estancia de una luz amarillenta.

–Comprendo vuestro estado de confusión –dijo cuando volvió a sentarse–. A mí me costó años comprender lo que ocurrió.

–¿Y qué ocurrió realmente? –preguntó Bárbara dando un brinco en la silla.

Doña Sofía alzó las cejas y resopló ligeramente. Sus ojos se entornaron tratando de buscar la respuesta en su maltrecha memoria.

–Es difícil de explicar. Quizá no haya una única explicación –Hablaba con lentitud y las palabras salían pastosas de su boca–. Lo que ocurrió fue que el suelo se abrió y os lanzastéis al vacío. Antes de que desaparecierais, hubo como un chispazo.

–Un chispazo? –preguntó Mechita.

–Sí, como una especie de resplandor muy intenso y muy breve –explicó doña Sofía. Mercedes tomó la mano de Bárbara por encima de la mesa al recordar el momento de su caída–. Todo el mundo nos dirigimos hacia el padre Reynaldo. Quizá él, en su calidad de hombre de Dios, habría presenciado, o habría oído alguna vez de algo así.

La pareja la escuchaba en silencio.

–Al final concluyeron que habíais ido al infierno por desviadas. Perdón –se disculpó por usar aquella palabra.

–¿Al infierno? –repitió Bárbara.

El término inundó la sala como una gran bola pesada que no dejaba respirar a Mechita.

–Sí –afirmó doña Sofía–. Mi hermana la Elsa se negó a creer aquello. Fue la ruptura definitiva con Villa Ruiseñor y con su familia.

Mercedes no pudo contener sus lágrimas. Tras toda una vida de fe católica, fue recordada en su pueblo como una pecadora que ardía en el infierno por toda la eternidad. Y lo peor de todo es que ya no volvería a ver a su amiga la María Elsa, la única que creyó en ellas, que las apoyó. Se llevó las manos a la cara y salió de la salita.

Desconocía la casa y daba tumbos por el largo pasillo. Bárbara, que había salido a su encuentro, la abrazó por detrás.

–Mercedes, hermosa mía –dijo.

No se le ocurría que decirle a su mujer para consolarla. Ella también había pasado a la historia de Villa Ruiseñor y de la comarca del Maule como una pecadora, pero poco le importaba ya porque estaba junto al amor de su vida. Le inundó la cara de besos y los labios se empaparon de sus lágrimas saladas. Mercedes se le escurrió en los brazos y se sentó en el suelo. Ella se sentó también.

–¿Qué vamos a hacer, Bárbara?

Se quedaron abrazadas, sollozando en silencio.

–Escucha, Mercedes –Bárbara le tomó la barbilla y la obligó a mirarla–. Ve a descansar. Ha sido un día muy intenso, muy extraño. Necesitamos reposarlo todo. Mañana será otro día.

Mercedes la miró a los ojos. No sabía cómo lo hacía, pero Bárbara siempre conseguía devolverle la calma. Al fin y al cabo, tenía razón: Mientras estuvieran juntas, todo iría bien.

–Está bien –concedió.

El sol se había puesto por completo y una luna menguante, al borde de la desaparición, presidía la noche.

Mercedes despertó poco a poco. Su sueño había sido profundo, tanto que le dio la sensación de que su cuerpo se había hundido en el colchón. Abrió los ojos lentamente, dejando que se acostumbraran a la luz del sol.

Se mantuvo inmóvil. No sabía qué esperar, qué desear. Que todo lo acontecido hubiera sido realidad o sólo un mal sueño. ¿O un buen sueño?

Frente a ella, una imagen borrosa aún. Las formas se definieron poco a poco y pudo ver un armario destartalado cuyas puertas ya no encajaban, y una tulipa rajada en la mesilla de noche. Aquella no era su habitación de la casona de los Möller.

Una ventana abierta le devolvía la banda sonora de una ciudad agitada, casi tormentosa. No, definitivamente, aquel no era un despertar en su querida casa familiar.

Se giró lentamente y vio a Bárbara apoyada en la pared, mirando de perfil por la ventana.

–Bárbara –dijo con alivio.

Bárbara le sonrió y le tendió una mano.

–Ven, mira esto.

Mercedes se levantó y fue junto a ella. Se asomó a la ventana y vio el Chile del futuro, de su futuro que era ahora presente. Había ajetreo, tráfico y grandes edificios. Una gran torre, que a Mercedes le pareció de ciencia ficción, destacaba en el horizonte. Al fondo, las últimas nieves de los Andes se resistían a marcharse.

–Entonces… No lo he soñado –dijo.

Bárbara le pasó un brazo por los hombros y le dio un beso en la frente.

–No, mi amor. No lo has soñado. Estamos aquí –Bárbara notó que Mercedes temblaba como una hoja seca mecida por el viento–. Pero no te preocupes, estamos juntas. Sofía nos ayudará con nuestra documentación, y entonces podremos buscar trabajo y empezar una nueva vida juntas.

–¿Sofía? –saltó Mercedes–. ¿La misma Sofía Quiroga que nos delató y nos mandó al infierno?

Bárbara le acarició la mejilla y sonrió con amargura.

–Lo sé, pero he hablado con ella esta mañana y parece arrepentida de verdad. Ha dicho que hacernos este favor aliviará su sentimiento de culpa y podrá irse en paz cuando llegue su hora.

–¡Sofía Quiroga, melodramática hasta el final de sus días! –exclamó Mercedes, lo que arrancó una carcajada a Bárbara.

–Tengo una noticia más que darte. Bueno, dos –le dijo.

–Ay, Barbarita, no sé si estoy preparada para más noticias.

La morena sonrió y recogió un palito que había dejado sobre un mueble. Se lo enseñó a Mercedes, pero esta no comprendió nada.

–¿Ves esta puntita de aquí? –comenzó a explicar Bárbara–. Pues con una gotita de pipí es capaz de decirte si estás embarazada o no.

La Möller la miró sorprendida. Tenía una ceja levantada y sus labios formaban una o casi perfecta.

–Si sale una rayita significa que sí estás en estado de buena esperanza.

Mercedes miró el palito y vio la raya que le mostraba Bárbara. Cuando por fin comprendió el ritmo de su respiración aumentó.

–Dios mío –dijo–. Esto significa que… –Miró a Bárbara esperando su confirmación.

Bárbara asintió con la sonrisa serena de quien se sabe dueño de su destino.

–Sí, Mercedes. Vamos a ser mamás –dijo consciente de que aquellas palabras romperían los esquemas de su polola.

–Lo querré como a un hijo, Barbarita. Te lo juro –respondió entusiasmada Mercedes.

Las mujeres unieron sus manos con el predictor de embarazo bien amarrado. El volumen del exterior parecía haber bajado y Bárbara pudo darle la segunda noticia sin el molesto ruido del tráfico de fondo.

–Y tanto que lo vas a hacer, Mercedes, porque también será tuyo.

–¿Mío? Pero…, ¿cómo?

Las cejas de Mercedes se juntaron sobre el puente de la nariz y una profunda línea acentuaba su confusión.

–Parece que la lucha de años atrás ha logrado sus frutos y en el Chile de 2018 dos mujeres que se aman pueden casarse por fin.

La línea sobre el puente de la nariz de Mechita desapareció para dar paso a unas arrugas en la frente, empujada por unas cejas que casi se le salían de la cara.

–¡No me lo puedo creer! –Mercedes no salía de su asombro. Ni en el mejor de sus sueños, aquellos en los que paseaba con Bárbara de la mano por Villa Ruiseñor, ajenas a las miradas de propios y extraños, podía haberse imaginado algo así.

Sin soltarle de la mano, Bárbara hincó una rodilla en el suelo y, desde abajo, miró a su mujer con toda la dulzura de su mirada.

–Mercedes Möller, ¿me harías el gran honor de ser mi esposa y formar una familia conmigo?

Mercedes se tapó la cara.

–Qué vergüenza, Barbarita. Ponte en pie, por favor –le rogó.

–No me moveré hasta que me des una respuesta.

Bárbara irradiaba belleza, serenidad y seguridad. Mercedes, por su parte, apenas podía aguantar la emoción. Jamás pensó que nadie le fuera a proponer matrimonio y formar una familia. Eso era para muchachas como la María Elsa o la Augusta. Y sin embargo, ahí estaba, la proposición que llevaba esperando desde que conociera a Bárbara Román.

Se arrodilló frente a ella para estar a su altura, con la mirada acuosa y borrosa. Parpadeó y dos lágrimas se deslizaron por ambas mejillas.

–Claro que sí, mi amor. Claro que sí –dijo, y besó los labios de Bárbara. Su ahora prometida también lloraba de la emoción.

–Qué tonta soy, no tengo ni un anillo que ofrecerte –se disculpó Bárbara mientras se limpiaba las mejillas con el dorso de su mano.

–No importa –respondió Mercedes–. Te quiero, Bárbara.

–Te quiero, te quiero –repitió la morena entre beso y beso, incapaz de separar sus labios de los de Mercedes.

El sol despuntaba alargando las sombras de la pareja por la habitación. Un espejo de pie les devolvía el reflejo de una nueva vida: una vida libre; una vida juntas.¿Cómo puedes apoyar esta historia?

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2 comentarios

  1. Jo, muchas gracias, Macaa. Para mí ha sido un placer escribir esta historia porque es una pareja muy inspiradora 🙂

  2. Es el final más hermoso que se pudiera imaginar. Gracias por tan linda historia. Espero que vuelvas a escribir otra sobre barcedes, de verdad que escribes muy lindo

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