Fanfic #Barcedes: Capítulo sexto

¿De qué va?

Historia basada en la telenovela «Perdone nuestros pecados», ambientada en el Chile de finales de los 50. Mercedes y Bárbara han confesado su amor por la otra, pero Sofía Quiroga las ha visto en una situación comprometida y las ha amenazado con contar a todo Villa Ruiseñor su relación. ¿Quieres empezar desde el principio?

Mercedes paseaba por su despacho como león enjaulado.

–Bárbara, ¿escuchaste eso? Esa niña insolente…

Se acercó a ella. Le tomó la barbilla y la obligó a que levantara la mirada, que seguía encharcada.

–Barbarita, mi amor –Mercedes nadó en los ojos de su polola hasta ahogarse en ellos.

La abrazó de nuevo con fuerza y entonces Bárbara reaccionó.

–Me da lo mismo lo que diga esa muchacha –dijo.

Mercedes se separó y la miró horrorizada.

–¿Sabes lo que pasaría si Sofía Quiroga le contase a todo el mundo que somos amantes? –Se levantó y volvió a pasear por su despacho mientras se mordía el pulgar con nerviosismo–. No quiero aceptar más chantajes, ni de ella ni de nadie más.

Buscó la complicidad de Bárbara, pero no la encontró.

–Mercedes… –dijo Bárbara. Quiso hablar, pero el nudo que tenía en la garganta se lo impedía.

Mercedes se arrodilló ante ella.

–Mercedes, anoche Nicanor y yo… –Incapaz de seguir, se llevó las manos a la cara.

–¿Qué te ha hecho Nicanor? ¿Te hizo daño? Si te hizo daño yo… yo… –El rostro de Mercedes enrojecía conforme su rabia se iba acumulando.

Con delicadeza, le retiró las manos de la cara. El maquillaje de Bárbara se derramaba por sus mejillas. Mercedes jamás había visto así a su amante y sintió miedo.

–Hicimos el amor –dijo por fin Bárbara–. Bueno, él… Me forzó.

Soltarlo fue un alivio para ella, aunque sólo fuera por el hecho de compartir aquel peso con el amor de su vida.

Para Mercedes, sin embargo, fue una losa. No era tan ingenua como para pensar que el matrimonio Pereira-Román mantuvieran relaciones, pero siempre había mantenido su mente lejos de aquella imagen. No obstante, el hecho de que Bárbara hubiera sido forzada la hizo sentirse responsable en cierta manera. Si no se hubieran conocido, si no se amaran como se aman, Bárbara podría seguir teniendo una vida feliz junto a su marido. Una vida… normal. En lugar de eso, vivían en constante peligro, bajo amenazas y sin poder desarrollar su relación más que a escondidas y con un sentimiento de culpa pegado a sus pieles.

–Bárbara, lo siento mucho –dijo Mercedes. Hundió su nariz en el cuello de Bárbara–. Lo siento tanto, mi amor.

–Eso no es lo peor de todo, Mercedes –continuó Bárbara. Levantó la vista y vio a su amada, mirándola con el alma en vilo y odiaba ser ella quien rompiera aquella dulzura, aquella inocencia de un plumazo, con una única frase–. Estoy embarazada.

La noticia impactó a Mercedes tanto que le costó mantenerse de pie.

–Embarazada –repitió para acabar de creérselo.

–No sé qué hacer, Mercedes –dijo Bárbara. De nuevo, tenía nubes en los ojos que amenazaban tormenta–. No sé qué hacer.

Comenzó a llover.

En un primer momento, Mercedes no comprendió a Bárbara. ¿Acaso tenía opciones? Tardó poco en caer a qué se refería, y un poco más en poner a su polola por encima de sus creencias religiosas.

–Bárbara, decidas lo que decidas, yo te voy a cuidar.

Le dio su beso más intenso. Sus labios se unieron con tanta fuerza que el suelo tembló bajó las baldosas del piso.

A Mercedes siempre le dolía separarse de Bárbara, que ella fuera a su casa, con su marido, a fingir algo que no era. En una ocasión, le dijo que ella lo tenía más fácil por estar casada, pero ahora entendía que no, que su sufrimiento era doble. Sin embargo, en aquella ocasión, el dolor de la separación fue más intenso, y el suelo no dejó de temblar hasta que llegó a casa. Allí la esperaba la María Elsa.

–Mechita, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien? –le preguntó nada más verla.

Mercedes se dio cuenta de que era demasiado transparente y se colocó de nuevo su máscara que la protegía del exterior.

Carraspeó y se atusó el vestido.

–María Elsa, ¿qué haces aquí? –preguntó una vez se recompuso.

La joven Quiroga imaginó por qué estaba así su mejor amiga y no demoró más la razón de su visita. Se sentó en el sofá del living e invitó a Mechita a que la acompañara.

–He estado con mi hermana Sofía hace un rato. Estaba muy alterada –dijo María Elsa.

La sangre de Mercedes se bajó de golpe a los dedos de sus pies. Los movía dentro del zapato para cerciorarse de que seguía viva, pues el corazón también había dejado de latir. Su rostro volvió a ser un libro abierto para su amiga. Aun así, Mercedes cerró sus tapas de golpe e irguió la espalda en un gesto de compostura digna que aprendió de su mentora y antigua rectora de la escuela, doña Guillermina.

–María Elsa, te ruego que no sigas preguntando o me veré obligada a mentirte. Y mentirle es lo último que quiero hacerle a mi mejor amiga.

Elsa se acercó a ella y le tomó la mano. El armazón de Mercedes estuvo a punto de caer.

–Está bien, Mechita. Te entiendo –dijo–. Pero cualquier cosa que sea la que necesites, me tienes aquí.

Mercedes abrió la coraza una rayita para que asomara una dulce sonrisa.

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