Fanfic #Barcedes: Capítulo noveno

[su_note note_color=»#fe818f» radius=»0″]¿De qué va?

Historia basada en la telenovela «Perdona nuestros pecados», ambientada en el Chile de finales de los 50. Mercedes y Bárbara han confesado su amor por la otra, pero Sofía Quiroga las ha visto en una situación comprometida y las ha amenazado con contar a todo Villa Ruiseñor su relación.[/su_note]
[su_note note_color=»#efefef» radius=»0″]¿Quieres empezar desde el principio?[/su_note]

Mercedes y Bárbara se miraban con temor cada vez que la señora salía de la salita para traer algo de comer o de beber. La mujer era olvidadiza y cuando traía las pastas no traía el café o se olvidaba del azúcar.

–Bárbara, no creo que haya sido una buena idea venir a casa de esta señora –susurró Mercedes cuando la mujer se andaba por la cocina.

–Bueno, pero no tenemos un lugar mejor donde estar –respondió la morena.

La anciana volvió con el tarro del azúcar y lo dejó sobre la mesa.

–Le agradecemos enormemente su hospitalidad –dijo Bárbara.

–Os he visto algo perdidas y sólo quería ayudaros. Las mujeres deben ayudarse, ¿verdad?

La pareja asintió.

–No somos de por aquí –dijo Mercedes cuando se endulzaba su café.

–Ya lo sé –dijo la señora, y sin demorar más su revelación por temor a arrepentirse, les soltó–: Ustedes son la directora Mercedes Möller y la profesora Bárbara Román, y vienen de muy lejos.

La cucharilla de Mercedes cayó sobre la mesa y a Bárbara se le atragantó el café.

–¿Cómo sabe…? –Mercedes trató de seguir hablando, pero su estupefacción se lo impedía.

La mujer guardó unos segundos de silencio antes de responder. Un par de pájaros piaban en el balcón de la casa, y aquel dulce sonido se mezclaba con el del tráfico que subía de la calle. Hacía calor afuera, pero la fachada estaba en sombra y entraba algo de fresco a la salita.

–Lo sé porque yo fui quien las delató durante la representación de «La casa de Bernarda Alba», antes de que hubiera un terremoto y se os tragara la tierra.

Bárbara hizo un esfuerzo por alisar el rostro de la mujer, de recuperar el brillo adolescente de sus ojos, y de teñir de juventud su cabellera.

–Sofía Quiroga –dijo por fin.

–Así es –corroboró la señora pidiendo disculpas con una sonrisa.

Durante un buen rato, nadie habló. Mercedes y Bárbara se miraban confusas mientras Sofía esperaba paciente a que sus antiguas profesoras asimilaran la situación. Mercedes tenía el ceño fruncido y las mejillas sonrosadas, tal era su esfuerzo por encajar aquello en sus esquemas mentales. Bárbara, por su parte, buscó las respuestas dentro de aquella salita. La tela del sofá desgastada, el mantel de la mesa descosido, las paredes amarillentas. Aquella casa distaba mucho de tener la solera de la mansión de los Quiroga en Villa Ruiseñor.

–La vida no me ha tratado muy bien –se disculpó doña Sofía–. No saben cuánto me he acordado de ustedes.

–¿De nosotras? –preguntó Mercedes, que se reenganchó a la realidad.

–Sí –la mujer se levantó de la mesa con lentitud. Sus huesos eran débiles y ya había sufrido dos operaciones de cadera. Si no iba en silla de ruedas ya era por su empeño por salir a pasear todos los días para fortalecer un poco sus músculos. Se dirigió a una cómoda desvencijada y sacó un marco de fotos del cajón. Con la misma lentitud, lo llevó a la mesa y se lo enseñó a la pareja–. Este era mi marido.

–Muy apuesto –dijo Bárbara después de que ella y Mercedes dieran cuenta de la imagen.

–Sí, lo era –dijo doña Sofía. No había ni una pizca de nostalgia en su voz–. Lo dejé todo por él: los estudios, el pueblo, a mi familia. Yo sólo era una niña consentida y estaba enamoradísima. Tanto que me impidió ver lo peligroso que era.

–Oh, dios mío –exclamó Mercedes.

–Le gustaba beber, ir con mujeres de mala vida y sacar el máximo dinero del negocio de mi familia. Cuando mi padre se hartó, urdió mil planes para acabar con él y nuestra vida se convirtió en un infierno. Sospechosos accidentes, mujeres embarazadas que le exigían una paga para sus hijos, deudas… Me pegaba asiduamente porque, según él, yo había sido el origen de todos sus males.

El gesto de la pareja se fue amargando conforme el relato avanzaba.

–Él acabó muerto y yo herida, física y mentalmente, aislada y arruinada. Si no fuera por la María Elsa, que me puso esta casita y me pasaba de tanto en cuanto algo de dinero, no hubiera sobrevivido. Porque eso es lo que he hecho toda mi vida. Sobrevivir.

Doña Sofía comenzó a sollozar.

–Me acordé tanto de vosotras, de cómo luchasteis por vuestra felicidad y vuestra libertad… Os convertisteis en un faro para mí, y aquella chispa del terremoto era su llama. No pude soportar la culpa. Los Möller me miraban con odio cada vez que nos cruzábamos, como si yo misma os hubiera empujado a la grieta. Para soportar la culpa, me convencí a mí misma de que no habíais muerto ni estabais en el infierno, sino que aquella chispa os había dado la libertad para ser felices juntas. Lo soñaba constantemente –Doña Sofía se secó las lágrimas con un pañuelo que volvió a guardar en la manda de su camisa floreada–. Y ahora resulta que es verdad.

Próximo capítulo: Sábado, 14 de abril. ¿Te aviso?

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